Finca Jacaranda: Boda Patricia & Marcos

Finca Jacaranda: Boda Patricia & Marcos

Una boda, mil detalles

Lo primero que quiero que sepáis es que este texto lo ha escrito íntegramente Patricia, la novia.

Inmediatamente aquel dejó de ser el lunes más triste del año. Carlos y Juan fueron una de esas benditas casualidades que casarnos trajo a nuestra vida, así que si ellos me decían ven, yo lo dejaba todo. Rememorar cada decisión del proceso, volver a emocionarme con cada palabra y repasar cada detalle no era más que una buena excusa para ver de nuevo la maravilla de fotografías que habían tomado aquel día. Así que me puse manos a la obra.

Si empezamos por el principio –el principio de verdad- todo empezó hace más de 15 años, entre clases, apuntes y pupitres. Marcos y yo fuimos compañeros de colegio, después de instituto y, desde aquel 13 de abril de 2007, de vida. Tras diez años creciendo juntos, compartiendo experiencias, viajes y momentos; el 13 de abril de 2017 unos increíbles Jimmy Choo se convertirían en mi mejor regalo de pedida en medio de un paraíso en República Dominicana. Meses después y de nuevo por sorpresa llegaría el anillo: oro blanco y diamantes para no faltar a la tradición. Para él, ya que no suele utilizar reloj, me decanté por un viaje de buceo y unos gemelos de oro blanco personalizados con el logo que creamos para nuestra boda y que diseñé junto al artesano joyero Juan Carlos Quijano.

Los preparativos de la boda, aunque difíciles de compaginar con mi trabajo como médico, fueron emocionantes e intensos a partes iguales. Desde un principio descarté la opción de trabajar con una wedding planner, pues como perfeccionista empedernida me ilusionaba encargarme personalmente de llenar todo de detalles que hicieran la boda muy nuestra. La primera gran decisión fue elegir la finca. Para nosotros era muy importante que nuestra ceremonia civil tuviera validez legal y poder casarnos por primera y única vez rodeados de nuestros familiares y amigos. Ese aspecto, unido a su impresionante salón, sus cuidados jardines y su increíble cocina propia nos hizo decantarnos por Hacienda Jacaranda, una finca con muchísimo encanto situada en Miraflores de la Sierra (Madrid).

Aunque el espacio necesitaba pocos artificios, contamos con los floristas de Arcoflor para llenar todo de blancos y verdes que, junto con detalles en oro y materiales muy naturales como la madera o el lino; serían el hilo conductor de la decoración de la boda. Las invitaciones ejercían perfectamente su papel como carta de presentación al evento: un diseño personalizado y sencillo de hojas verdes enmarcando nuestros nombres en un delicado material de algodón blanco, todo ello entregado en un sobre festoneado en color verde a tono, lacrado en oro con el logo que diseñamos enlazando nuestras iniciales y con caligrafía dorada al dorso que yo misma realicé.

Tomando ese modelo como base creé toda la papelería, desde los paipáis con la cronología y banda sonora de la ceremonia hasta los marcapáginas nominales que utilizamos como marcasitios y que colocamos sobre uno de los detalles más especiales de la boda: un libro envuelto en papel kraft, diferente para cada invitado, cuyo título o temática se identificaba con cada uno de ellos y dedicado en la primera página con un mensaje personal de nuestro puño y letra. Tanto el seating plan (compuesto por distintos jarrones de flores dispuestos sobre cajas de madera) como el lienzo sobre caballete que colocamos a la entrada de la finca a modo de bienvenida, entre otros rincones decorativos, seguían ese mismo diseño.

Como manda la tradición, y ya con (casi) todo preparado, Marcos y yo nos despedimos la noche previa a la boda. Él se vestiría en la casa rural que habíamos reservado para pasar el fin de semana con nuestros amigos más cercanos, y yo en La Muñequilla, un pequeño hotel rústico de habitaciones muy cuidadas y amplios ventanales. A él le esperaba allí un chaqué azul marino que combinó con un chaleco gris azulado, una camisa blanca bordada con nuestras iniciales, los gemelos de la pedida y el reloj de bolsillo de su abuelo. A mí, un vestido de Pronovias de falda princesa en tul y pronunciado escote trasero sobre un original encaje en guipur que, incluso a pesar de mi habitual indecisión, me eligió sin dudarlo en la primera prueba.

Desde el principio tuve claro que hasta el altar me llevarían mis Lance color champagne, las sandalias que Marcos me había regalado meses atrás y que como recuerdo personalicé con una placa dorada en cada suela indicando la fecha de inicio de nuestra relación y la de la pedida. Llevé pendientes de cuarzo y oro rosa de Aristocrazy, regalo de mi abuela, y como “algo prestado”, un pequeño pendiente de oro de cada una de mis amigas y otro de mi madre. Para terminar, una tiara de cristal y detalles dorados que me hicieron a medida las encantadoras chicas de Mimoki; y un maravilloso ramo de peonías rosas y blancas que diseñé junto con la genial Idoia de Naranjas de la China. Completó el look el inigualable Jesús de Paula, que a través de Oui Novias supo hacer realidad el maquillaje y el recogido perfectos y al que nunca estaré suficientemente agradecida por su paciencia, cariño y comprensión.

Llegué a la finca en un descapotable clásico conducido por mi padre, que me llevó del brazo hasta el altar mientras sonaba la marcha nupcial de Mendelssohn y Marcos me miraba con una emoción que tardaría poco en contener. Durante la ceremonia intervinieron su hermana y mejor amigo, mi madre (vestida con un elegantísimo vestido azul Klein de Rosa Clará) y mis dos mejores amigas; quienes con sus palabras consiguieron arrancar más de una lágrima a los presentes. Dos de nuestros amigos, además, interpretaron en directo varias piezas a guitarra y violonchelo que hicieron el momento aún más íntimo y especial. Regalamos paipáis para ellas y sombreros para ellos, y a la salida además del tradicional arroz dejamos preparados cestos con confeti de flores secas de mi queridísima Hecho por Kit, que también nos proporcionó parte del menaje que utilizamos para la decoración.

Ya en el cóctel -una impresionante selección de aperitivos muy cuidados preparados por la cocina propia de Hacienda Jacaranda- empezamos a ser conscientes tanto del trabajo de nuestros inmejorables videógrafos (los venezolanos Medio Limón) como de las fotografías de Booda Studios. Disfrutamos muchísimo inmortalizando esos primeros momentos como marido y mujer, pero también captando las imágenes más originales junto con nuestra familia y amigos mientras veíamos como Carlos y Juan se dejaban la piel en cada toma.

La entrada al salón fue uno de los momentos más divertidos de la noche: bajamos las espectaculares escaleras de la finca bailando de forma totalmente improvisada mientras todos nuestros invitados se unían a la fiesta. Durante la cena -un exquisito menú de cuatro platos- los invitados recibieron tanto los libros dedicados como algunos regalos personalizados (pisacorbatas para los testigos, una pluma para mi padre, ramos de flores para ambas madres, un fragmento de mi vestido para mi cuñada, un body de recuerdo de la boda para las futuras mamás, instrumentos musicales en miniatura para nuestros músicos, una percha personalizada para los siguientes novios en casarse…) y galletas caseras a modo de piruleta realizadas por nosotros mismos; todas ellas decoradas con una oblea de azúcar con el logo de la boda y cerradas con pulseras de tela de la Fundación Aladina, a la que contribuimos con una donación por su excelente labor.

Tras los postres llegó la entrega de mi ramo, que yo quería que tuviera mi abuela, y la proyección del Same Day Edit. Aquella fue la primera vez de muchas que veríamos las fotografías de nuestra boda, y se trató de un montaje tan cuidado y tan original que muchos de nuestros invitados aún lo recuerdan con sorpresa y emoción. Desde el mismo momento en que contratamos a Booda sabíamos que no nos arrepentiríamos, pero su forma de trabajar, su implicación y su buen gusto superaron con creces nuestras expectativas.

Poco después y bajo una luz tenue, miles de pompas de jabón inundaron la sala dando paso a nuestro primer baile. Ambos queríamos que fuera algo íntimo y muy romántico, un momento para mirarnos a los ojos y disfrutar juntos del día más feliz de nuestras vidas. Al terminar Tu refugio, de Pablo Alborán, subimos las escaleras de la mano y desaparecimos de la vista de los invitados.

Para cuando estuviera con ellos de nuevo ya me habría soltado el pelo -dejando un semirrecogido ligero en la parte superior, tal como había acordado con Jesús de Paula- y llevaría puesto mi segundo vestido, un Nadine Merabi en crepe con cuerpo bordado de lentejuelas sobre fondo nude que combiné con unas cómodas sandalias de tacón a juego.

Entré a la discoteca de la finca a través de un pasillo que crearon todos nuestros amigos con barras de led que después utilizarían también para acompañarnos en nuestro segundo baile, un tema animadísimo con el que abrimos una fiesta que se prolongaría hasta el amanecer amenizada por el fotomatón vintage de Fotofun y un candy bar do it yourself (con los riquísimos postres de The Sasha’s Bakery) en consonancia con toda la estética de la boda.

La felicidad se prolongó casi un mes más desde ese momento y nos acompañó en nuestro recorrido por la costa oeste de Estados Unidos y en el descanso posterior frente a una paradisíaca playa privada de Cancún; aunque aún nos duraría tiempo después, cuando de la mano de Booda recorrimos París en una postboda inolvidable.

Decenas de kilómetros, la complicidad de unos fotógrafos implicadísimos y la ilusión de unos recién casados que empezaban su camino juntos bajo el sol de la ciudad del amor. Un sueño cumplido, un trabajo inmejorable y un álbum de recuerdos que ya es parte del primer capítulo de un cuento acabado en punto y seguido: el nuestro.

Para terminar, os dejamos el resumen final de las fotos de una boda que a nosotros también nos hizo muy felices. ¡Gracias, chicos!

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